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Marina Berdalet
Del 24 de marzo al 25 de abril de 2009
Maison des Arts
Évreux
SOBRE EL DIBUJO Y LOS DIBUJOS DE MARINA BERDALET
Esto comienza por la hoja blanca, por el plano y espacio circunscritos por sus límites; por el gesto de la palma o del dorso de la mano apreciando el grano o la finura del papel; por la llamada de los lápices, nuevos o usados y acortados; por el juego hábil de la navaja que esculpe y afina la punta deslizante de la madera fina en el grafito; por la gama de minas dispuestas cerca, de la más dura a la más suave; por el contacto elástico y sensual de la goma, por la negrura de la tinta y por los pinceles…
Esto comienza por el deseo de dibujo, por la fascinación y el hechizo del objeto, del motivo a dibujar, por la espera y el silencio necesarios a la observación.
Esto comienza por una intención –un designio, un deseo a transcribir, a transmitir. Como toda obra, el dibujo tiene su origen antes del dibujo.
El designio es proyección. El dibujo es proyección del deseo y de la observación. Es necesidad de expresión y memoria. Cabe recordar la leyenda de Dubitade, que intenta expresar su amor a su amado y conservar su “presencia” trazando el contorno de su sombra proyectada sobre el muro antes de que parta. Jean-Jacques Rousseau creía en el amor inventor del dibujo, y Jacques Derrida escribió: «… Como si el dibujo fuera declaración de amor destinada a la invisibilidad del otro…»
El dibujo nace de la sombra original, es el origen de las artes, es su esencia, es esencial.
El dibujo desea fijar la presencia y al instante con justeza, verdad, libertad y poesía. Oscila entre la fidelidad al modelo y el abandono de las referencias, es formas y signos, se convertirá en escritura. El dibujo es ahorrador de sus medios: una superficie y un instrumento que trace, estilete, lápiz, pincel, pluma, palito, dedo... Pero esta economía es una riqueza inagotable que conjuga y multiplica los soportes y las líneas, manchas, signos , huellas, valores y accidentes.
Sea croquis, esbozo preparatorio para otra técnica u obra autónoma que afirma su propia identidad, el dibujo perdura desde sus orígenes, adaptándose a las fluctuaciones propias de las épocas, a su cultura ya sus modas. Hasta hace poco considerado como un arte menor, actualmente apreciado por los amateurs, manifiesta a pesar de su aparente modestia la invariabilidad de sus móviles y de su necesidad.
Los dibujos de Marina Berdalet responden a esa necesidad.
Son para ella «una prolongación del cuerpo». El gesto repetitivo genera en “capas obsesivas” una imagen “que crece como un ser viviente”, lentamente, sin prisa, hasta el momento en que “la imagen fijada” le basta. Este lento trabajo de repetición, que ella llama “estructura del gesto”, por abstracto que sea en su realización, no proviene de ninguna parte. Reencuentra en el inconsciente de la artista los espacios y paisajes donde la grafía de la vegetación se encuentra con extensiones de agua o nieve, donde las curvas recuerdan las colinas catalanas, donde las ramificaciones imitan el árbol. El formato de los dibujos está en la justa medida de los gestos, y el cuerpo se invierte totalmente en la frontalidad del papel. «El cuerpo es ritmo» escribió Marcelin Pleynet. El trazo ritma el plano, genera el espacio, se hace acariciador o más violento, nunca agresivo. Los blancos preservados son respiración y aliento, reposo y poesía. Para avanzar más en su búsqueda, Marina Berdalet cambia el método, abandona momentáneamente los lápices por la tinta y los pinceles. La grafía se hace más densa, el contraste del negro y el blanco tiende a dramatizar la intención y inscribirla en una historia del arte que tiene en cuenta la experiencia de maestros modernos. El paisaje nace de las relaciones de líneas, de manchas y de superficies, más que de una voluntad descriptiva que tendería hacia la anécdota. Son las grandes constantes del mundo visible y la «poética del espacio» lo que intentan captar los dibujos de Marina Berdalet.
No limitándose a una visión exclusiva, esta artista explora el dibujo en la diversidad de sus técnicas y en la pluralidad de sus opciones. El estudio casi científico de plantas, de las que sigue cotidianamente su evolución, desde la germinación hasta el debilitamiento, muestra otro aspecto, y no de los menores, de su creación. Titula estas series, de más de cuatrocientos dibujos, «movimientos del silencio». Captar el movimiento, el tiempo que pasa, y fijar al instante son desde siempre la ambición del dibujo. Aquí el movimiento es el de la vida, descrito minuciosamente. Marina observa día tras día, a veces de hora en hora, la progresión ínfima de la línea de una gema, el cambio de orientación de una hoja, la curva menos precisa de un pétalo, como se vence un tallo, el debilitamiento de las carnes. Estos signos del tiempo, del envejecimiento, se inscriben como una constatación, como un acta cronográfica. La artista, recluida en un atento silencio, establece el diario de una existencia silenciosa. Estas series de dibujos, cercanas a las anotaciones científicas, evocan los estudios de los botánicos de principios del siglo XIX, pero sobre todo no dejan de recordar ciertas pinturas del siglo decimoséptimo que denunciaban las vanidades del mundo y recordaban la brevedad de la vida.
La reciente serie «El vientre de la tierra», pintada en homenaje a su madre desaparecida recientemente, prolonga con gravedad el deseo de memoria y de signos de amor. En esta serie la intención se hace más sombría, la tinta imita las lágrimas, la tierra pesa y el espacio espera la luz, el árbol -aislado o en grupo ordenado- afirma la permanencia de lo que vive. Aquí, como en la serie de paisajes, el dibujo no es discursivo, abandona la grafía y se afirma como pintura. El gesto está vivo, libre o ebrio, se siente una urgencia, una impaciencia por retener el tiempo y amasar la tierra madre, aquella en la que todo se origina.
Así, el artista reinterpreta incansablemente de obra en obra la escena originaria, queriendo retener la estimación de lo que huye.
Maurice Maillard, pintor y grabador. Comisario de la exposición
Évreux, 2009